jueves, 8 de marzo de 2012

Retazo 21.

La luz que desprendía la lámpara estaba casi extinguiéndose. La bombilla parpadeaba, estaba a punto de morirse. Pero siempre podría cambiarla por otra, pero ese problema tan diminuto no le preocupó  lo más mínimo. Sus ojos de un marrón oscuro, similar a la corteza de un árbol escondido entres muchos más árboles de las montañas, se mantenían fijo en un trozo de papel. Los sonidos que se producían en su casa apenas eran perceptibles para él. Al menos, no en ese instante. Sostenía un bolígrafo.


Estaba escribiendo una carta. ¿Y para qué estaba haciendo tal cosa?
Con los tiempos que estaban corriendo ahora, podía escribir perfectamente un mail. Un mensaje de texto por el móvil. Hacer una llamada. Las redes sociales. Podían optar por millones de opciones. Pero él, elegía una carta.


Pretendía que su alma quedase encerrada en cada letra que escribía. En las teclas de un odenador, su alma no podía reflejarse. Pero en palabras escritas de su puño, sí. Ansiaba que ella le recordarse. Si esa carta le llegaba, ella le recordaría. Porque a veces, no sirve solo la simple  imagen de una persona. Las imágenes, al fin y al cabo, terminan por deteriorarse. El tiempo es el causante de tal acto. El tiempo es el juez de nuestra memoria, hace cambiar a las personas, tanto en aspecto como en el corazón, van evolucionando.


Por ello, allí estaba.
Allí estaba para mandar su alma a un destino lejos de su alcance.
Allí estaba para vivir en sus recuerdos eternamente.
Allí estaba, escribiendo su corazón.



                                                                             Christina.

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