jueves, 23 de mayo de 2013

Retazo 36.

Las gotas de lluvia empañaban sus ojos a medida que intentaba avanzar por las calles, sin embargo, él era lo suficiente consciente de que en realidad, no estaba tomando un rumbo fijo. ¿Qué estaba haciendo? La pregunta sonaba a eco en su mente, una voz interiore le pedía a gritos que diera media vuelta, que regresara a casa, que protegiera el cuerpo de esa cruel lluvia cuyas lágrimas se clavaban en la piel como finos cuchillos fríos y letales, produciendo leves temblores. Pero no iba a dar marcha atrás. Anoche, había tenido un sueño. Soñó con sus ojos, su pequeño y delicado rostro, sus cabellos oscuros, esos cabellos que tanto había acariciado, esa sonrisa tímida que aparecía en sus labios después de reírse, una risa jovial, dulce, sus manos, suaves y pálidas, su forma de caminar, de pronunciar su nombre, de promesas que jamás llegaron a cumplir. Tras años sin haberla podido recordar de nuevo, ese sueño le había brindado la oportunidad. Las piernas se le detuvieron, obligándole a permanecer en el sitio. El lugar donde de su primer beso. Bajo la estatua de un hermoso ángel, un ángel que ahora parecía que lloraba bajo la lluvia. Dio unos cuantos pasos en dirección a la estatua. Su mano, inconscientemente, acariciaron las alas pétreas de aquel ser.

<<¿Crees en los ángeles?>>

<<¿Qué tipo de pregunta es esa?>> escuchó su propia risa en los recuerdos. <<Los ángeles no existen, Liss.>>

<<Ha sonado un poco ridículo ¿cierto?>> ella a pesar de todo, sonrió. Sostuvo su mano, mirando la estatua.<<Sin embargo, creo que siempre hay alguien que nos protege. Que nos observa desde el cielo y las estrellas. Las personas que perdemos y echamos de menos, aparecen en nuestros sueños para darnos a entender que siguen con nosotros.>>

<<¿Quién sabe?>> él se había encogido de hombros. Sin embargo, añadió. <<Yo siempre estaré contigo, Liss. Nunca te abandonaré.>>

<<¿Serás mi ángel?>>

<<Sí.>>  depositó un beso en su frente. <<Te quiero.>>

Un sollozo atravesó su garganta. Las rodillas le traicionaron, y aún frente al ángel, no pudo volver a levantarse. Pero lo que él desconocía, era que unos brazos etéreos le abrazaban por detrás. Una joven con alas, que aunque le susurrase que todo estaba bien, él no la escuchaba. Pero no estaba solo, nunca estaría solo. Porque a pesar de haber abandonado aquel mundo, ella seguía ahí.

Hasta el día en el que se volvieran a reencontrar.

Christina.


lunes, 20 de mayo de 2013

Retazo 35.

Barreras. Barreras de hielo, grandes, inmensas, majestuosas, frías y protectoras. Protectoras de este corazón que no quiere mirar más allá. Algunas grietas habían amenazado con romperse. Otras manos intentaban golpear para traspasarlas. Ella esperó, abrazándose a sí misma, protegiéndose más y más. Escuchaba ecos lejanos, voces que repetían su nombre, pero tenía miedo. Miedo al daño. Miedo a la inseguridad. Miedo a la soledad. Miedo a confiar. Todo se reducía en esa palabra. Miedo. Las voces comenzaron a apagarse, los demás dejaron de luchar. No merecía la pena. Pero entonces, después del silencio muerto tras esas barreras mudas, un estallido se provocó. Apareció una persona. Y se acercó, se acercó y la envolvió con sus brazos. Ella notó las heridas en sus manos. Lloró. A partir de ahí, aprendió una única cosa: mientras ella sólo se había centrado en sus heridas, no se había dado cuenta que en el exterior, otros luchaban para curárselas. Mientras ella se aislaba, otros arriesgaban todo por sacarla de allí.

Mientras ella creía que estaba sola, una persona cogía su mano, pronunciaba su nombre, y hacía todo lo posible para borrar esos pensamientos.


  
Christina.