miércoles, 9 de octubre de 2013

Retazo 38.

La vida no está hecha para los que aman la eternidad. Jamás fue moldeada para los impacientes, para los que intentan adelantar al resto, para los que no saben apreciar una puesta de sol escondiéndose lentamente tras el horizonte. Este regalo fue dado para los que saben aprovechar cada momento, para los que saborean los segundos, para los que su sonrisa es capaz de tener la fortaleza suficiente para enfrentarlo, para los que dejan sus huellas en la arena sin temor a ser borradas, para los que dejan un recuerdo en alguna pequeña parte de este mundo tan grande. Para los que cada suspiro cuenta como una señal de que estuvieron allí, para los que no se limitan a rozar sus sueños con los dedos, para los que el brillo de una mirada cuenta más que el sonido de un puñado de palabras, para los que consideran que un abrazo es el mejor refugio. Para aquellos que sepan disfrutar de las risas de sus amigos, de los besos de sus padres, de los éxitos de sus hermanos, y las enseñanzas de sus abuelos. Para los que viven al máximo, para los que no se detienen en arrepentimientos, para los que aprenden de los errores. Para los que, cuando llegue su fin, abandonen con el siguiente pensamiento:


‘’Repetiría una vida más’’



Christina.

domingo, 16 de junio de 2013

Retazo 37.

Las personas ignoran el poder que guardan las palabras. Las consideramos como simples letras, con meros significados, tal es así, que las soltamos sin pensar, ya sea por sentimientos, impulsos, rencores, infinitas sensaciones que esclavizan al ser humano. Pero fácil es soltar la piedra, disparar el arma, pero después ¿quién se encarga de curar el alma que ha recibido el dolor? 
Por eso, piensa antes de actuar, piensa en las consecuencias, piensa en la persona que se encuentra frente a ti. Piensa si se merece lo que vas a decir, piensa si es justo y piensa....
Si vale la pena perder a alguien por tus actos inconscientes.


Christina.

jueves, 23 de mayo de 2013

Retazo 36.

Las gotas de lluvia empañaban sus ojos a medida que intentaba avanzar por las calles, sin embargo, él era lo suficiente consciente de que en realidad, no estaba tomando un rumbo fijo. ¿Qué estaba haciendo? La pregunta sonaba a eco en su mente, una voz interiore le pedía a gritos que diera media vuelta, que regresara a casa, que protegiera el cuerpo de esa cruel lluvia cuyas lágrimas se clavaban en la piel como finos cuchillos fríos y letales, produciendo leves temblores. Pero no iba a dar marcha atrás. Anoche, había tenido un sueño. Soñó con sus ojos, su pequeño y delicado rostro, sus cabellos oscuros, esos cabellos que tanto había acariciado, esa sonrisa tímida que aparecía en sus labios después de reírse, una risa jovial, dulce, sus manos, suaves y pálidas, su forma de caminar, de pronunciar su nombre, de promesas que jamás llegaron a cumplir. Tras años sin haberla podido recordar de nuevo, ese sueño le había brindado la oportunidad. Las piernas se le detuvieron, obligándole a permanecer en el sitio. El lugar donde de su primer beso. Bajo la estatua de un hermoso ángel, un ángel que ahora parecía que lloraba bajo la lluvia. Dio unos cuantos pasos en dirección a la estatua. Su mano, inconscientemente, acariciaron las alas pétreas de aquel ser.

<<¿Crees en los ángeles?>>

<<¿Qué tipo de pregunta es esa?>> escuchó su propia risa en los recuerdos. <<Los ángeles no existen, Liss.>>

<<Ha sonado un poco ridículo ¿cierto?>> ella a pesar de todo, sonrió. Sostuvo su mano, mirando la estatua.<<Sin embargo, creo que siempre hay alguien que nos protege. Que nos observa desde el cielo y las estrellas. Las personas que perdemos y echamos de menos, aparecen en nuestros sueños para darnos a entender que siguen con nosotros.>>

<<¿Quién sabe?>> él se había encogido de hombros. Sin embargo, añadió. <<Yo siempre estaré contigo, Liss. Nunca te abandonaré.>>

<<¿Serás mi ángel?>>

<<Sí.>>  depositó un beso en su frente. <<Te quiero.>>

Un sollozo atravesó su garganta. Las rodillas le traicionaron, y aún frente al ángel, no pudo volver a levantarse. Pero lo que él desconocía, era que unos brazos etéreos le abrazaban por detrás. Una joven con alas, que aunque le susurrase que todo estaba bien, él no la escuchaba. Pero no estaba solo, nunca estaría solo. Porque a pesar de haber abandonado aquel mundo, ella seguía ahí.

Hasta el día en el que se volvieran a reencontrar.

Christina.


lunes, 20 de mayo de 2013

Retazo 35.

Barreras. Barreras de hielo, grandes, inmensas, majestuosas, frías y protectoras. Protectoras de este corazón que no quiere mirar más allá. Algunas grietas habían amenazado con romperse. Otras manos intentaban golpear para traspasarlas. Ella esperó, abrazándose a sí misma, protegiéndose más y más. Escuchaba ecos lejanos, voces que repetían su nombre, pero tenía miedo. Miedo al daño. Miedo a la inseguridad. Miedo a la soledad. Miedo a confiar. Todo se reducía en esa palabra. Miedo. Las voces comenzaron a apagarse, los demás dejaron de luchar. No merecía la pena. Pero entonces, después del silencio muerto tras esas barreras mudas, un estallido se provocó. Apareció una persona. Y se acercó, se acercó y la envolvió con sus brazos. Ella notó las heridas en sus manos. Lloró. A partir de ahí, aprendió una única cosa: mientras ella sólo se había centrado en sus heridas, no se había dado cuenta que en el exterior, otros luchaban para curárselas. Mientras ella se aislaba, otros arriesgaban todo por sacarla de allí.

Mientras ella creía que estaba sola, una persona cogía su mano, pronunciaba su nombre, y hacía todo lo posible para borrar esos pensamientos.


  
Christina. 


sábado, 23 de febrero de 2013

Retazo 34.

Dicen que el silencio no supone una gran cualidad a destacar en las personas. El silencio es algo frío, distante, se convierte en un obstáculo para expresar esas palabras que se queman en tu garganta, que van consumiendo tu corazón hasta convertirse en la ceniza de los sentimientos ocultos. Sin embargo, él nunca se lo echó en cara, y ella no procuró cambiar esa característica de su personalidad considerada como defecto para muchos. Lo que él necesitaba escuchar de ella, se lo expresaba con alguna que otra sonrisa, una mirada, un gesto, una caricia.

Prefería mil veces aquellos detalles antes que un puñado de palabras vacías o fáciles de repetir.


Christina.

viernes, 22 de febrero de 2013

Retazo 33.

Nuestro silencio ha terminado por alargarse el tiempo necesario, provocando la ignorancia de las nuevas vidas que hemos tomado. Sin embargo, sigo mirándote en ese silencio, en calma y sosiego, sin que tú te des cuenta. Tampoco quiero que te des cuenta algún día. Es más, desearía que jamás llegaras a darte cuenta. Aunque, a veces, sé que tú también me miras, con demasiado disimulo para no delatarte, pero sé que lo haces. No importa si por miedo, odio o inseguridad, no te atrevas a acercarte a mí. Si te soy sincera, yo he dudado muchas veces. Unos días he pensado en gritar tu nombre tan fuerte para que gires tu rostro hacia mí y dedicarte la mejor de mis sonrisas, hacerte sentir esa seguridad que ya perdiste conmigo, tenderte la mano para que no tengas miedo. Pero otras, otras ocasiones me escondo y sigo caminando, sigo dejándote atrás, pero me detengo, y me formulo millones de preguntas cuyas respuestas solo llegarán cuando pase más tiempo.

¿Cogerás mi mano algún día?






Christina.

Retazo 32.

No necesitas fingir ante mí, te conozco, me conoces, nos conocemos. Odio que hagas traición a todos los años en los que me molesté a saber cada mínimo detalle, detalles que te pertenecen, detalles que quizás sólo yo me he molestado a investigar y a considerarlos únicos. Por lo tanto no llego a comprender por qué gastas tus preciados intentos en crear una sonrisa cuyo contenido está vacío y no expresa esa felicidad que tanto alardeas tener. Ahora pensarás que soy un egoísta, que mis palabras te hacen daño. Piénsalo mejor antes de decir esto.

¿No crees que lo único que realmente quiero es que sonrías más para ti que para los demás? ¿Que quiero verte feliz?

Quizás la egoísta eres tú, puesto que mi felicidad depende de la tuya, y si tú caes, yo voy detrás de ti.



Christina.