Retazo 35.
Barreras.
Barreras de hielo, grandes, inmensas, majestuosas, frías y protectoras.
Protectoras de este corazón que no quiere mirar más allá. Algunas
grietas habían amenazado con romperse. Otras manos intentaban golpear
para traspasarlas. Ella esperó, abrazándose a sí misma, protegiéndose
más y más. Escuchaba ecos lejanos, voces que repetían su nombre, pero
tenía miedo. Miedo al daño. Miedo a la inseguridad.
Miedo a la soledad. Miedo a confiar. Todo se reducía en esa palabra.
Miedo. Las voces comenzaron a apagarse, los demás dejaron de luchar. No
merecía la pena. Pero entonces, después del silencio muerto tras esas
barreras mudas, un estallido se provocó. Apareció una persona. Y se
acercó, se acercó y la envolvió con sus brazos. Ella notó las heridas en
sus manos. Lloró. A partir de ahí, aprendió una única cosa: mientras
ella sólo se había centrado en sus heridas, no se había dado cuenta que
en el exterior, otros luchaban para curárselas. Mientras ella se
aislaba, otros arriesgaban todo por sacarla de allí.
Mientras
ella creía que estaba sola, una persona cogía su mano, pronunciaba su
nombre, y hacía todo lo posible para borrar esos pensamientos.
Christina.
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