Algunas, su cristal es tan fuerte que ni el huracán más grande podría llegar a romperlo. Un cristal grueso, una barrera indestructible, un alma que se ha ido arrastrando al ras del suelo ante la lluvia de problemas y dificultades por las que ha tenido que pasar, pero que sin embargo, se alza como un fénix que resurge de sus cenizas. Luego, están aquellas burbujas cuyo cristal, que con tan solo tocarlo o darle con un leve movimiento de nudillo, pueden romperse en mil pedazos. Un cristal frágil, delgado, una barrera mal construida, un alma humillada que no es capaz de enfrentarse a nada, ni a nadie.
A pesar de eso, ambas sufren muchísimo. Las burbujas cuyo cristal es más duro que la fría roca, son las que sufren en silencio, las que nadan en un lago profundo cuyas aguas las arrastran hacia dentro, que viajan solas, que no son dependientes.
Las burbujas cuyo cristal es más frágil que una hoja al caerse durante el otoño, nadan sobre la superficie, viajan acompañadas de otras burbujas, pero son muy dependientes y se extinguen con extrema facilidad. Se convierten en pequeñas gotas de agua, su cristal se disuelve, y nunca son capaces de reponerse.
Por lo tanto, quiero proteger a todas estas almas. Quiero proteger a las almas que están a mi alrededor, las almas de las personas que quiero.
Quiero tener sus burbujas de cristal en mis brazos.
Christina.
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